viernes, 25 de enero de 2013

Del "yo", el "no yo", el holón y las meigas

Ninguno de los modelos del "yo" (o del no "yo") por mí conocidos, me parece satisfactorio.
Desde el ingenuo concepto del sentido común, que acepta sin discusión la existencia inamovible de ese ente, como mínimo, discutible, al nothingbutelsery (reduccionismo, en cristiano) del pensamiento budista, advaita et al., que lo niega, sin más (en lo que acuerdan, por cierto, de manera total, con un compañero de viaje tan sorprendente cono Skinner, cuya crítica a la fe en lo que él llama "el homúnculo" interno, tal y como se desarrolla en "Más allá de la libertad y la dignidad" se parece, como una gota de agua a otra, a esas formulaciones tan supuestamente alejadas); pasando por los esquemas de la psicología cognitiva, el complejo autónomo jungiano y todo lo que se me ocurre y recuerdo en este momento, incluyendo el río heraclitano en el que uno nunca se baña dos veces, todo ello, digo, me sabe más a margarina que a mantequilla, y más a hueva de lumpo que a caviar beluga (un brindis, no obstante, por el sacrificado ego freudiano, con su utilísimo papel mediador entre las demandas del "id" y las del superyo, y cuya debilidad explicaría gran parte de lo que entendemos por psicopatología).
Soy consciente de que, no siendo ningún mapa más que una simplificación del territorio, no se le puede pedir a un modelo más de lo que puede dar. Pero, incluso así, hay mapas y mapas, y con algunos es posible pasearse por el terreno sin perderse demasiado, mientras que con otros, o acabas en Acapulco cuando ibas a Copenhague, o pasas por delante del Himalaya y va y resulta que no estaba señalado en tu papel.
Tal vez del "yo", como de tantos otros conceptos en psicología y asimilados, se pueda decir que es sólo un "constructo inobservable". Pero, como también decía (esta vez hablando del denostado rasgo) no recuerdo qué ilustre psicólogo, "yo no creo en meigas, pero haberlas, haylas". Y es que hay constructos de muy difícil prescindencia, por muy inobservables que se nos presenten.
Si echo un vistazo a todo lo que conozco (que no es mucho), una de las formulaciones más interesantes y omniabarcadoras que podrían servir para dar cuenta (entre otras muchas cosas) de la "forma" del escurridizo "yo", como parte constitutiva de la realidad de la que la que pretende dar cuenta la teoría, es la síntesis que hace Wilber, en el capítulo 2º y siguientes de Sexo, Ecología, Espiritualidad, del concepto koestleriano de Holón, el paradigma evolutivo, las ciencias sistémicas y otros cuantos ingredientes más, para dar a luz a lo que él (Wilber) llama "los veinte principios básicos (o conclusiones) que representan lo que podríamos llamar las "pautas de la existencia", "tendencias de la evolución", "leyes de la forma" o "propensiones de manifestación"... pautas y tendencias comunes... que operan en los tres dominios de la evolución: la fisiosfera, la biosfera y la noosfera; por tanto son tendencias que hacen que este universo sea un uni-versum ... o un pluralismo emergente entrelazado por patrones comunes, los patrones que conectan...".  Una intención ciertamente ambiciosa... pero que, a su nivel, funciona muy requetebien.
Wilber comienza por afirmar que la realidad no está constituida por cosas o por procesos, sino por holones. Es decir, por totalidades que son, simultáneamente, parte de otras totalidades, en un entramado infinito tanto hacia arriba como hacia abajo.
Los holones mostrarían además, cuatro capacidades fundamentales: autopreservación, autoadaptación, autotrascendencia y autodisolución.  Un holón presenta, pues, un patrón relativamente autónomo y coherente, es capaz de relaciónarse, adaptarse, , incorporar, asimilar, trasformarse (y transformar), trascenderse, y, con todo ello, seguir siendo él mismo, en dinámica... hasta su disolución.
Wilber, de nuevo: "Podemos llamar a estas tendencias... individualidad y comunión del holón. Su individualidad -tendencias autoasertivas, autopreservadoras, asimiladoras- expresan su totalidad, su autonomía relativa, mientras que su comunión -sus tendencias participativas, conectivas, unificadoras- expresan su parcialidad, su relación con algo más grande. Estas dos tendencias son absolutamente cruciales e igualmente importantes; un exceso de una de ellas matará al holón inmediatamente (por ejemplo, destruyendo su patrón identificativo), incluso un pequeño desequilibrio le llevará a una deformación estructural... Un desequilibrio de estas tendencias en cualquier sistema se expresa como individualidad patológica (alienación y represión) o comunión patológica (fusión e indisociación)."
Desde mi punto de vista, todo lo que Wilber afirma del holón puede ser provechosamente aplicado a la comprensión del yo, a modo de un campo de forma a la vez fluido y permanente, capaz de automamtenimiento y de cambio, de individualidad y de trascendencia, de ser y de proceso.
Desde esta clase de punto de vista, la utilidad del concepto de "yo" como parte de la explicación de "lo que somos" me parece indiscutible, y su prescindencia, una automutilación inútil en aras de un reduccionismo salvaje... o de un ideologismo, sin más.
Si utilizamos el tetralema, observaremos que este tipo de conceptualización, más allá de la afirmación y de la negación, las abarca a ambas (afirmación y negación) en una paradoja fructífera.
Aunque, probablemente, la realidad a la que apuntan todas las palabras y todos los conceptos, sin poder alcanzarla jamás, acabe llevándonos al lugar donde ni la afirmación ni la negación tienen sentido.
Pero esa es otra historia, y ha de ser contada en otro momento.


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